Ayer, al destapar un yogur y dejar
impoluta la tapa con mi lengua, descubrí algo que me llamó mucho la
atención. Lo primero fue que normalmente el yogur se pega en
grandes cantidades en el borde de la tapa y, si no tienes cuidado al
lamer, te acaba salpicando. Lo segundo fue más inquietante: todavía
había “premios” bajo las tapas.
Recuerdo que en mi niñez a mi madre la
convencía con malas artes para que me comprase los yogures de
determinada marca, no porque estuviesen más buenos, sino porque bajo
las tapas había premios y, con suerte, recogías a la semana
siguiente el álbum de cromos de Naranjito o el muñeco que acababa
mordisqueado y olvidado bajo la cama...
Además, en el Cola Cao o tenías los
muñequitos del Subbuteo o los Mini Airgamboys de Barcelona 92, o las
camisetas del Mundobasket. Que le dieran po'l saco al Nesquick,
aunque estaba más bueno y no te dejaba un pegote polvoroso en el
fondo de la taza. El Cola Cao te regalaba cosas útiles.
Para recoger ciertos regalos tenías
que enviar un carta, un cupón o lo que fuese y tú tenías tu cacho
de cartón pintado y la empresa tenía tus datos y te enviaba
publicidad y conocía algo más de tus hábitos de consumo.
Quid pro quo. A ti te daban un
muñequito y les cedías unos datos que realmente te importaban poco.
Total, que te enviasen un catálogo chorra que acababa en la basura
tampoco era molesto.
A mi entender ésto no ha evolucionado
demasiado a lo largo de los años. Lo que ha involucionado es la
calidad de la recompensa al consumidor.
Todavía hay empresas que siguen dando
“satisfacción inmediata” (de verdad que Cola Cao es honrosa en
ese aspecto) pero la gran mayoría intentan saber de ti, seguirte y
espiarte sin darte nada.
Y a las tapas de yogur me remito: mete
un código, mete todos tus datos y adjunta un análisis de orina y
una muestra de heces y entras a un sorteo de una muñeca chochona. Las tapas de yogur, los cartones de
leche, el paquete de arroz o la bolsa de pañales para adultos.
Y lo peor no es que esos expertos en
marketing pretendan obtenerlo todo a cambio de nada, que ya me jode
bastante, sino que hay gente que gustosamente cede su vida por nada.
Ese es un consumidor estúpido. No es
idiota, solo estúpido, porque no se da cuenta de que unos señores
con unos trajes muy caros seguirán ganando mucho dinero gracias a
varios miles de consumidores estúpidos que todavía creen en
unicornios rosa.
El consumidor puede ser estúpido, pero
no todos son idiotas. Sólo hay que hacerles ver que están haciendo
el tonto y se acabó perder el tiempo en páginas web que, además,
son horribles, hechas con Flash y que en condiciones normales no
serían visitadas más que por los pobres programadores/diseñadoras
a los que les toco hacerlas (vaya aquí mi condolencia para quienes tienen que sufrir tremendos engendros).
Hasta aquí mis reflexiones sobre las
tapas de yogur, y ahora viene lo bueno: las campañas en Facebook y
la sobreidiotización del consumidor.
Es que resulta que después de comer el
yogur, y cuando la tele me pilló desprevenido sin el mando a mano
para hacer zapping, me tocó sufrir uno de los anuncios más
gilipollas que había visto desde lo último de Wipp Express: las
maquinillas Gillete.
En ese engendro aparecen al final un
montón de capturas de supuestos “comentarios de Facebook” hechos
por “consumidores” alabando el deslizamiento de la susodicha
maquinilla (que por otra parte es cierto, yo uso el modelo anterior y
va de coña).
A ver, señores de Gillete, ¿nos han
tomado a todos por GILIPOLLAS?
Todavía hay gente que no sabe cómo
funciona esto de las redes sociales y podría creérselo a pies
juntillas, igual que los hay que se creen los publirreportajes de la
leche de turno, pero hasta el más cateto se da cuenta de que esos
comentarios o han sido directamente falsificados con el Adobe
Premiere de turno, o existen realmente y han sido puestos por los
publicistas abriendo mil cuentas o porque sus empleados están
obligados por contrato a cantar sus alabanzas en Facebook.
Hay que ser un cretino integral para ir
a la página de una empresa a cantar las alabanzas de una puta
maquinilla de afeitar. ¿Hay alguien que se crea que eso sucede?
Si hablásemos de teléfonos móviles,
coches, vibradores... de algo satisfactorio y del que fácilmente
pueden haber grupos de fans... pero, ¿de una maquinilla de afeitar?
¿De verdad se creen que somos tan
imbéciles?
El problema, para mí, es que acabo de
recibir un “¡Zas! ¡En toda la boca!”. Acabo de descubrir a unos
16000 idiotas, todos ellos fanáticos de una marca de agua ”ligera”.
O sea que ahora la pregunta ha
cambiado, ¿cómo ese tipo de gente ha podido reproducirse?
Y hasta aquí mi disertación de hoy
sobre el advenimiento de la idiocracia. Cabreado me hallo.
No tengo intención de poner enlaces a las empresas que menciono, no sólo por hacer campañas de marketing cutres en las que yo no gano nada, sino porque, principalmente, no me da la gana.
Hace un par de años, en mi temporada
de navegante de Second Life escribí una pequeña serie de artículos
tratando temas similares, pero orientado al marketing en ese entorno
virtual. Para quien le interese: Estudio totalmente subjetivo sobreSecond Life.
Salut!
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