jueves, 1 de septiembre de 2011

Marketing en redes sociales e idiotas con ordenador


Ayer, al destapar un yogur y dejar impoluta la tapa con mi lengua, descubrí algo que me llamó mucho la atención. Lo primero fue que normalmente el yogur se pega en grandes cantidades en el borde de la tapa y, si no tienes cuidado al lamer, te acaba salpicando. Lo segundo fue más inquietante: todavía había “premios” bajo las tapas.

Recuerdo que en mi niñez a mi madre la convencía con malas artes para que me comprase los yogures de determinada marca, no porque estuviesen más buenos, sino porque bajo las tapas había premios y, con suerte, recogías a la semana siguiente el álbum de cromos de Naranjito o el muñeco que acababa mordisqueado y olvidado bajo la cama...

Además, en el Cola Cao o tenías los muñequitos del Subbuteo o los Mini Airgamboys de Barcelona 92, o las camisetas del Mundobasket. Que le dieran po'l saco al Nesquick, aunque estaba más bueno y no te dejaba un pegote polvoroso en el fondo de la taza. El Cola Cao te regalaba cosas útiles.

Para recoger ciertos regalos tenías que enviar un carta, un cupón o lo que fuese y tú tenías tu cacho de cartón pintado y la empresa tenía tus datos y te enviaba publicidad y conocía algo más de tus hábitos de consumo.

Quid pro quo. A ti te daban un muñequito y les cedías unos datos que realmente te importaban poco. Total, que te enviasen un catálogo chorra que acababa en la basura tampoco era molesto.

A mi entender ésto no ha evolucionado demasiado a lo largo de los años. Lo que ha involucionado es la calidad de la recompensa al consumidor.

Todavía hay empresas que siguen dando “satisfacción inmediata” (de verdad que Cola Cao es honrosa en ese aspecto) pero la gran mayoría intentan saber de ti, seguirte y espiarte sin darte nada.

Y a las tapas de yogur me remito: mete un código, mete todos tus datos y adjunta un análisis de orina y una muestra de heces y entras a un sorteo de una muñeca chochona. Las tapas de yogur, los cartones de leche, el paquete de arroz o la bolsa de pañales para adultos.

Y lo peor no es que esos expertos en marketing pretendan obtenerlo todo a cambio de nada, que ya me jode bastante, sino que hay gente que gustosamente cede su vida por nada.

Ese es un consumidor estúpido. No es idiota, solo estúpido, porque no se da cuenta de que unos señores con unos trajes muy caros seguirán ganando mucho dinero gracias a varios miles de consumidores estúpidos que todavía creen en unicornios rosa.

El consumidor puede ser estúpido, pero no todos son idiotas. Sólo hay que hacerles ver que están haciendo el tonto y se acabó perder el tiempo en páginas web que, además, son horribles, hechas con Flash y que en condiciones normales no serían visitadas más que por los pobres programadores/diseñadoras a los que les toco hacerlas (vaya aquí mi condolencia para quienes tienen que sufrir tremendos engendros).

Hasta aquí mis reflexiones sobre las tapas de yogur, y ahora viene lo bueno: las campañas en Facebook y la sobreidiotización del consumidor.

Es que resulta que después de comer el yogur, y cuando la tele me pilló desprevenido sin el mando a mano para hacer zapping, me tocó sufrir uno de los anuncios más gilipollas que había visto desde lo último de Wipp Express: las maquinillas Gillete.

En ese engendro aparecen al final un montón de capturas de supuestos “comentarios de Facebook” hechos por “consumidores” alabando el deslizamiento de la susodicha maquinilla (que por otra parte es cierto, yo uso el modelo anterior y va de coña).

A ver, señores de Gillete, ¿nos han tomado a todos por GILIPOLLAS?

Todavía hay gente que no sabe cómo funciona esto de las redes sociales y podría creérselo a pies juntillas, igual que los hay que se creen los publirreportajes de la leche de turno, pero hasta el más cateto se da cuenta de que esos comentarios o han sido directamente falsificados con el Adobe Premiere de turno, o existen realmente y han sido puestos por los publicistas abriendo mil cuentas o porque sus empleados están obligados por contrato a cantar sus alabanzas en Facebook.

Hay que ser un cretino integral para ir a la página de una empresa a cantar las alabanzas de una puta maquinilla de afeitar. ¿Hay alguien que se crea que eso sucede?

Si hablásemos de teléfonos móviles, coches, vibradores... de algo satisfactorio y del que fácilmente pueden haber grupos de fans... pero, ¿de una maquinilla de afeitar?

¿De verdad se creen que somos tan imbéciles?

El problema, para mí, es que acabo de recibir un “¡Zas! ¡En toda la boca!”. Acabo de descubrir a unos 16000 idiotas, todos ellos fanáticos de una marca de agua ”ligera”.

O sea que ahora la pregunta ha cambiado, ¿cómo ese tipo de gente ha podido reproducirse?

Y hasta aquí mi disertación de hoy sobre el advenimiento de la idiocracia. Cabreado me hallo.

No tengo intención de poner enlaces a las empresas que menciono, no sólo por hacer campañas de marketing cutres en las que yo no gano nada, sino porque, principalmente, no me da la gana.

Hace un par de años, en mi temporada de navegante de Second Life escribí una pequeña serie de artículos tratando temas similares, pero orientado al marketing en ese entorno virtual. Para quien le interese: Estudio totalmente subjetivo sobreSecond Life.


Salut!











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